Desde el punto de vista de la astrología la mayor parte de nuestros comportamientos son absolutamente mecánicos. Lo que un astrólogo hace es meditar acerca del orden inscripto en un momento de nacimiento. Este posee múltiples dimensiones y por lo tanto muchas maneras de manifestarse. Pero de ese conjunto inabarcable de posibilidades deducimos la pauta de comportamiento más probable. Podemos deducir esto conociendo las modalidades arquetípicas con las que los humanos reaccionamos a la energía. Solo en muy raras ocasiones expresamos la plenitud de nuestro ser; casi toda nuestra existencia -nuestras relaciones, afectos, decisiones, pensamientos, ideales, alegrías o tristezas- responde a patrones condicionados de acción y reacción. En nuestro estado habitual solo prolongamos impulsos que provienen del pasado: individual, familiar; el de las civilizaciones y el de la entera especie; estos impulsos nos empujan inconcientemente a recorrer una y otra vez los mismos caminos. Se trata de largas, antiquísimas cadenas de acción y reacción. No nos gusta ni siguiera considerar cuan mecánicos somos. El orgullo colectivo que llevamos incrustado en las células nos hace creer que ese pensamiento atenta contra la dignidad humana. Pero hasta que no aceptemos nuestra mecanicidad inherente jamás podrán florecer en nosotros estados de conciencia más profundos. Solo reconociendo que vivimos en un estado colectivo de ensoñación es posible que se produzca un despertar.
Somos mamíferos, pero aún no hemos meditado suficientemente en lo que esto significa. Hechizados por nuestras capacidades racionales no somos capaces de ver que éstas están enraizadas en un sistema emocional muy primitivo que responde a antiquísimos patrones biológicos. La individuación exige comprender radicalmente estos patrones que activan inconcientemente las cadenas de acción y reacción. Todo mamífero nació en el cuerpo de una madre y creció en la protección de su manada. Como mamíferos respondemos ciegamente al espíritu de manada. Nuestra psiquis se ha constituido envuelta en otros: madre, familia, tribu, cultura, lenguaje, civilización. Esta sucesión de envoltorios organiza profundamente nuestras emociones y nuestra mente. Estamos literalmente poseídos por una malla de sensaciones y pensamientos compartidos que nos hacen actuar mecánicamente.
Para quien investiga en la astrología, descubrir cuan abrumadora es la presencia de lo colectivo en nosotros es más asombroso aún que verificar la acción del orden cósmico en nuestras vidas. Esa presencia tiene una profundidad mucho mayor de la que creemos. La manada nos domina cada vez que aceptamos sin cuestionamientos las costumbres y creencias de los demás humanos; cuando no advertimos que estamos habitados por innumerables sensaciones, emociones e ideas que no nos pertenecen. Esta base afectiva no individualizada que gobierna pensamientos y acciones forma parte de lo que algunas tradiciones llaman plano astral. Ella no está relacionada con los astros, pero es la dimensión a través de la cual estos nos determinan; es la envoltura colectiva que nos reduce a ser meros objetos de las cadenas de acción y reacción. Estas cadenas constituyen lo que otras tradiciones llaman Karma. Este no es algo personal y nada tiene que ver con premios o castigos; es la condición misma de la vida terrestre.
La inteligencia de la materia recorre senderos; se mueve a través de maravillosos patrones que en su inconciencia se repiten una y otra vez en distintos niveles de complejidad. Los seres humanos heredamos esta inteligencia y por eso llevamos con nosotros toda la carga del pasado. Occidente -a través de ese relativamente tosco instrumento que es la mente científica- está redescubriendo de que manera este nos organiza y nos hace repetir. Pero aún no alcanzamos a comprender la verdadera dimensión del pasado porque abordamos las repeticiones como si fueran algo personal. Estamos tan condicionados por la separación que no nos damos cuenta que nuestra "historia personal" no es más que una variación bastante insignificante de la historia de la humanidad; y que esta no está separada ni por un momento de la entera historia de la vida. ¿Puede esta inteligencia material que domina nuestra mente detenerse y dar así lugar a una nueva inteligencia? Nuestra mente aún es cruel porque es material; es una hechicera que se enmascara de espiritualidad y de buenas intenciones, pero que en su base es tan fría y despiadada como la de un insecto que lucha por la supervivencia.
¿No estamos viendo todos los días cuan crueles son las religiones; cuan crueles son los estados y las naciones? ¿No somos acaso crueles al apropiarnos de nuestros hijos y preferirlos absolutamente a los hijos de los demás? ¿O cuando no podemos aceptar la libertad de los seres que decimos amar? La acción de la mente material parece cubrir la Tierra. Pero el orden de las estrellas nos dice que una energía diferente esta destinada a circular por aquello que la materia ha construido. Esta es la oportunidad que palpita en el tiempo en que vivimos: Acuario, el fin de la infancia planetaria. La transformación es inevitable; de nosotros depende la cantidad de dolor que esta le cause a todas las vidas que constituyen el planeta Tierra.
Eugenio Carutti
1/10/2010
en http://www.casaonce.com/
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