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abril 17, 2009

Cuánto somos capaces de sentir y vibrar?

Artículo escrito por Eugenio Carutti - "El Patrón de Occidente", 2 Marzo 2009

Si observamos la evolución humana podemos distinguir en ella la presencia de un patrón que se repite hasta nuestros días. Todas las sociedades se edificaron mediante la apropiación de los cuerpos y las conciencias de sus miembros. De una manera u otra las mujeres fueron destinadas a la procreación y los varones a la guerra.  Cada cultura desarrolló creencias diferentes, pero todas ellas fueron inculcadas de manera igualmente férrea en sus hijos. A través de los milenios el cuerpo humano ha pertenecido siempre a lo colectivo. Y el precio pagado por aquellos que se atrevieron a percibir el mundo de un modo diferente al de su sociedad fue muy alto. Esto llegó a su máximo en las grandes civilizaciones. Sus proezas tecnológicas absorbieron la energía de millones de humanos. Admiramos las pirámides de Egipto, la Gran Muralla china, el Taj Mahal pero olvidamos como fueron construidas. 

No queremos recordar que la esclavitud ha sido algo normal para nosotros hasta hace muy poco tiempo. Poseer absolutamente a otros por el supuesto bien de la sociedad nos ha parecido algo muy legítimo. ¿Existe algún sentido en esta gigantesca y milenaria apropiación social de la energía? Quizás esta fue la única manera de domesticar los impulsos más brutales de nuestra especie. 

A través del control social, las creencias religiosas y los ideales morales nuestra energía psíquica ascendió progresivamente hacia la cabeza. El control social de la vitalidad permitió el desarrollo de nuestra poderosa mente, idealista y racional. Este es el logro del patrón ascendente de la energía. Religiones e Imperios, descubrimientos y guerras, sacerdotes, políticos, científicos o intelectuales, todos ellos  han contribuido por igual a este proceso. Nuestro mundo de templos, rascacielos y misiles es el reflejo de este poderosísimo impulso ascendente en el que la mente sueña con escapar del cuerpo. 

Hace muy poco tiempo que una parte de la humanidad -a través de la psicología  moderna- ha empezado a comprender que la idealización y el control no resuelven realmente nuestros problemas. Que los pulsos reprimidos afloran súbitamente y hacen estallar las más bellas construcciones de nuestra mente. Pareciera que aún no nos hemos percatado que los horrores del nazismo ocurrieron en la cuna de los más grandes filósofos y teólogos, de los más sublimes músicos y científicos de occidente.

Los humanos somos parte de los bellísimos seres de la tierra, junto a los cristales de cuarzo y las mariposas, los árboles, las ballenas o los jaguares.  Todas formas diferentes del mismo y hermoso planeta azul que gira junto a los otros en el océano de las estrellas. Este tiempo que vivimos contiene la oportunidad de que madure en nosotros una conciencia planetaria; que los humanos nos sintamos realmente terrestres. La transición será seguramente larga y quizás dolorosa porque las barreras que hemos construido para aislarnos los unos de los de los otros deben caer y aún estamos demasiado identificados con ellas. Con ellas también el patrón ascendente llega a un punto de crisis. 

Es imposible que nos sintamos seres planetarios si los cuerpos siguen contraídos,  llenos de miedo,  resistiendo el pulso de la vida,  sometidos al control de nuestras construcciones mentales separativas.

El tiempo que vivimos trae un gigantesco aumento en la circulación de la energía en todos los campos y esto se manifiesta también en nuestros cuerpos.  Simultáneamente, abre la posibilidad de que el control social sobre los individuos disminuya de una manera jamás vista en la historia. Todos podemos observar las grandes transformaciones en relación a la sexualidad. De que manera la  mujer, al desatarse de sus ataduras ancestrales, se ha convertido  en un poderosísimo factor de cambio en  todas las sociedades.  Vivimos una incesante búsqueda de nuevas formas vinculares que alteran los modelos básicos de organización social que nos fueron útiles durante milenios.  Estas búsquedas son y serán desordenadas al principio. Miles de años de control de la vitalidad y apropiación social de los cuerpos generan inevitablemente su opuesto de trasgresión y simple anhelo de descarga. 

Los arquetipos trascendentes y luminosos parecen dejar paso a otros oscuros y puramente materiales. Pero en esta oscilación muchos podemos descubrir una nueva y auténtica vitalidad. Nos vamos dando cuenta que el corazón no puede abrirse en cuerpos rígidos y fríos, llenos de miedo, anestesiados por milenios de control que solo nos permiten sentir a través de estímulos mentales. La Tierra necesita seres humanos con una sensibilidad real y concreta -que no provenga del idealismo- para complementar el inevitable desarrollo de la mente científica. Por eso debemos comprender que el pensamiento y todas sus construcciones son una actividad del cuerpo; que su calidad depende de como respiramos, de la forma en que nos alimentamos,  de cuanto seamos capaces de sentir y vibrar

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