Autor: Eugenio Carutti - www.casaonce.com
La astrología nos revela la existencia de un orden vibratorio casi imposible de visualizar por otros medios. Este orden crea las condiciones de nuestra existencia día tras día, desplegando un prodigioso entramado en el que cada ser humano encuentra el espacio en el que puede expresar su máxima creatividad. Este orden no se repite jamás; cada instante posee un inmenso potencial creativo y por eso es impredecible. Pero su creatividad se refracta y distorsiona en el medio que los humanos hemos construido a través de los milenos.
A lo largo del tiempo nuestra psique colectiva ha desarrollado maneras totalmente estereotipadas y mecánicas de interpretar el flujo siempre cambiante de la vida. Condicionados por sensaciones básicas como el miedo y el deseo, hemos generado colectivamente un sinnúmero de imágenes, creencias y patrones de conducta que no somos capaces de cuestionar. Esta gigantesca memoria colectiva nos da una falsa seguridad; estamos inconcientemente convencidos que si seguimos los caminos trazados por ella alcanzaremos la felicidad. Los antiguos llamaban a esta memoria el Anima Mundi. Hoy lo denominamos inconsciente colectivo; al investigarlo hemos comenzado a comprender que nuestras religiones e ideologías, los caminos espirituales o las filosofías racionales, el idealismo o el materialismo surgen de esta poderosa matriz, siempre activa, en la que el pasado traza las sendas del futuro. Sus fascinantes imágenes –que hoy llamamos arquetípicas- capturan nuestra psiquis y organizan inconcientemente nuestras conductas.
La dinámica de la matriz de los arquetipos es predecible. Ella es la principal fuente de conocimiento de los astrólogos y de ella emana el poder de predicción que la astrología pueda tener. Cuando nos comportamos arquetípicamente nuestras conductas son mecánicas, no hay nada realmente nuevo en ellas salvo la aparentemente variada pero esencialmente repetitiva secuencia de nuestros dramas personales. Los astrólogos estudiamos ambas cosas: la ordenada dinámica de los movimientos cósmicos y la matriz arquetípica que distorsiona ese mismo orden.
Desde el momento en que nacemos la matriz nos envuelve con sus imágenes hechizantes y nos moldea absorbiendo casi toda nuestra energía creativa. Los caminos de nuestra vida quedan rápidamente trazados; es fácil predecir cuales serán los grandes temores del niño que ha nacido, sus deseos e ilusiones. Pero sobre todo es fácil predecir las dificultades que tendrá para comprenderse a si mismo. De que manera el medio hechizante que lo rodea lo alejará de su verdadera naturaleza; como alimentará deseos imposibles de realizar; en que forma se dividirá a si mismo en contradicciones que no alcanzará a comprender y como toda esa ignorancia acerca de si mismo se proyectará hacia afuera generando un destino en el que tarde o temprano girará en círculos. Este es quizás el momento en el que la astrología puede sernos realmente útil. Cuando nos sentimos atrapados en un conflicto repetitivo que nos hace sufrir o nos llena de insatisfacción; cuando registramos que nuestra energía creativa se está dilapidando en una sucesión de hechos que no terminamos de comprender y que cualquier solución que encontremos desembocará en un nuevo conflicto. Quizás ese sea el momento en que podamos escuchar el reclamo de nuestra verdadera naturaleza; de descubrir quienes somos realmente y darnos cuenta que la imagen que hemos construido de nosotros mismos es falsa. Ella es la que choca contra los acontecimientos de nuestra vida y es ella la que debe cambiar, no la vida.
Para la astrología en lo que nos sucede está el secreto de nuestro ser. Si nos damos cuenta de la manera mecánica con la que reaccionamos ante lo que acontece daremos el primer paso en el camino de individuación. Podremos ver como nuestras vidas están entretejidas en una cadena de acciones y reacciones; en una telaraña de deseos que raramente responden al anhelo profundo de nuestro ser. Provienen del pasado por el que fuimos absorbidos; el de nuestras familias, el de nuestra cultura, nuestras tradiciones; del pasado de la humanidad que no se comprende a si misma; de la matriz de los arquetipos. En cada crisis individual tenemos la oportunidad de cuestionar nuestras creencias, nuestros motivos; nuestras proyecciones; de darnos cuenta de que no somos quienes hasta ahora creíamos ser….Pero debemos comprender que cada vez que le pidamos a la astrología que nos diga quienes somos, que nos prediga el futuro, estamos pidiendo que se nos refuerce la telaraña que nos ata.
Cuando un astrólogo/a nos adivina es que nos hemos comportado arquetípicamente y estamos muy lejos de nuestra verdadera singularidad. Nunca pidamos que otro nos defina. Dialoguemos en cambio con la astrología como con un amigo entrañable que nos ayuda a despojarnos de todo aquello que no somos; que nos acompaña en el descubrimiento de nuestras más íntimas contradicciones; que nos pone en contacto con el verdadero ritmo de nuestro ser. Para que se revele en nosotros aquello que ningún astrólogo puede imaginar.
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